La Supervía hoy es esencial para aliviar el estrangulamiento de Santa Fe y el sacrificio que significa para miles de trabajadores viajar durante horas para ganarse la vida y mantener sus empleos. El Gran Líder regresa a la plaza en busca de vítores y aplausos pactados, del poder que lo obsesiona (seguramente desde muy pequeño) y de un buen negocio para él y para los inefables partidos políticos que ahora son sus valedores. Transacción impecable paga el erario público. Sus arengas provincianas sólo agitarían un mal sabor de boca en un espectáculo predecible y aburrido, si no fuera porque con el afán de torpedear al que considera su rival, amenaza con infligir aún más perjuicios a la ciudad que gobernó. Se empeña en destruir el proyecto de la Supervía del poniente promovido por el GDF. Los argumentos de él y su clientela no merecerían más que compasión (además de suspicacia por su intencionalidad política), si no fuera porque envenenan de confusiones lógicas a una izquierda sin brújula. Quiere que la Supervía sea ¡gratis! o que no se construya (…)
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