Sundar Pichai, el hermético CEO de Google, me invita a un recorrido por Googleplex, su sede en California.
A lo largo del sendero que recorre todo el edificio vemos un esqueleto gigante de dinosaurio, una cancha de voleibol playa y decenas de empleados de Google disfrutando su almuerzo bajo el sol brumoso de noviembre.
Pero lo que más le entusiasma mostrarme es un laboratorio, escondido al fondo del campus tras unos árboles.
Aquí es donde se desarrolla la invención que Google considera su arma secreta.
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