Hace dos semanas estaba sentado en un bar oscuro ubicado en una localidad cercana a la capital de Kosovo, Pristinia. Frente a mí, un hombre nervioso intentaba que no lo grabara con la cámara.
El hombre tiene como oficio vender noticias falsas y había accedido -eventualmente- a hablar sobre cómo se ganaba la vida.
La primera vez que vine a Kosovo, hace menos de uno año, lo hice para investigar como el poder había cambiado en la era digital.
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