En una pequeña sala limpia, dos jóvenes con bata blanca, gorro, mascarilla y calzas, manipulan la estructura de un cubo metálico de medio metro de lado. Manejan láminas de panel solar y de manta térmica. En las estanterías hay unos cuantos equipos electrónicos. Cuando esté terminado lo que ahora es un cajón de aluminio, el año que viene, se colocará en un cohete y saldrá al espacio. En este mismo edificio estará el centro de control de la misión. El satélite es el UPMSAT-2, los dos jóvenes son estudiantes de doctorado de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Aeronáuticos (ETSIA) y su taller espacial está a las afueras de Madrid, en el campus de Montegancedo de la Universidad Politécnica, en concreto en el Instituto Universitario de Microgravedad Ignacio da Riva (IDR/UPM).
“Mientras mis compañeros están haciendo proyectos teóricos, en ordenadores, yo estoy trabajando en un satélite de verdad, con piezas que van a ir al espacio”, dice Carlos de Manuel, 22 años. En el UPMSAT-2 se ocupa del esquema eléctrico: la batería, los paneles solares, etcétera. “Es un proyecto espacial de verdad”, dice Isabel Pérez Grande, responsable del área de control térmico espacial. Ella hizo el doctorado precisamente con el precursor de este satélite en construcción, el UPMSAT-1, que voló en el espacio en 1995. “Fue una experiencia apasionante: yo era estudiante pero estaba trabajando con el sector espacial a fondo…”, recuerda esta profesora de aeronáuticos.
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