En enero de 2012, Kim Dotcom era detenido en Auckland, la mayor ciudad de Nueva Zelanda. Sus propiedades fueron confiscadas, sus cuentas embargadas, los discos duros de sus ordenadores enviados a las oficinas del FBI en Estados Unidos, país que solicitó su inmediata extradición, “por el mayor caso de piratería de la historia”.
Han pasado casi dos años y, en este tiempo, Dotcom sigue en Nueva Zelanda, ha recuperado sus propiedades, también sus cuentas bancarias, ha sentado en el banquillo al primer ministro del país y la jueza del Tribunal Supremo ha ordenado que el FBI haga copias (pagando de su bolsillo) de todo el material incautado y se lo reenvíe a su propietario. ¿Por qué? Por ser espiado ilegalmente gracias a Five Eyes, un acuerdo de colaboración policial entre Nueva Zelanda, Australia, Canadá, Reino Unido y Estados Unidos. Las agencias de espionaje se olvidaron que en Nueva Zelanda está prohibido el espionaje a sus ciudadanos y residentes.
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