El negocio empezó con 62 dólares y unos cuantos remaches de cobre sobre tela denim. Un 20 de mayo de 1873 la Patent and Trademark Office de Estados Unidos concedió a dos inmigrantes, Levi Strauss y Jacob Davis, la patente sobre un pantalón de trabajo elaborado con una tela gruesa hecha de algodón, de costuras reforzadas y novedosos remaches en los puntos de mayor tensión de los bolsillos y el botón de cierre; ese día nacerían lo que ahora conocemos como jean.
La idea fue de Davis, un sastre de Nevada, cliente de Strauss, quien con el nuevo modelo quiso atender los reclamos de los mineros que siempre se quejaban de que los bolsillos de sus pantalones cedían ante el peso de las pepitas de oro que en ellos iban guardando. Tan buena acogida tuvieron sus prendas «aguantadoras» que pronto se vio en la necesidad de patentar el procedimiento (podrían aparecerle competidores), un sueño para el que le faltaban 62 dólares. Ante la dificultad de conseguirlos, acudió a la casa Strauss, donde el señor Levi, un astuto hombre de negocios, no dudó un segundo en aportarlos, consciente de que, como le había asegurado Davis, ambos podrían «obtener una gran cantidad de dinero» por el enorme potencial económico que tenía la nueva prenda de trabajo.
Leer noticia completa en: El Financiero.