Un hombre desnudo es atado con una soga en todo su cuerpo de manera que cualquier intento de zafarse propicia que la gruesa cuerda dañe de manera directa su pene. Sus gritos son de dolor, pero sobre todo de placer, por ello no le importa terminar en el hospital o que lo consideren masoquista.
En el lado opuesto de la moneda se encuentra otra parafilia, el sadismo. Un hombre que somete a una estudiante, menor de edad, sin el menor escrúpulo. La obliga a hincarse mientras coloca en su boca una pistola, con la amenaza latente de que le va a volar los sesos, aunque no lo hace, solo quiere llevar al extremo la desesperación de la niña para poder lograr uno “de los mayores placeres” sexuales que es excitarse con el dolor ajeno, sin tener contacto genital.
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