Les llamamos desastres naturales pero no son obra exclusiva de la naturaleza. Son una combinación del actuar humano y trabajo de la naturaleza. El terremoto de 1985 en la ciudad de México develó problemas con las normas de edificación: eran obsoletas y no se cumplían. Las inundaciones en Tabasco del 2007 evidenciaron la negligencia en la ejecución de obras hidráulicas. Los daños de Alex en Monterrey se multiplicaron, entre otras cosas, porque encontraron una ciudad que había perdido memoria del cauce del agua. Donde corría el río Santa Catalina se instalaron pistas de karts y canchas de fútbol.
México es uno de los 12 países más vulnerables a los desastres naturales, según el Centro Nacional de Prevención de Desastres: 30% del territorio nacional está en el mapa de riesgos por sismos, inundaciones o sequías. Lo saben los expertos, pero sus conocimientos no bastan para hacernos actuar. Menos de 5% de los hogares están asegurados y los gobiernos escatiman o simulan el gasto en prevención.
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