Se ha dicho hasta el cansancio que las finanzas públicas del país adolecen de una grave dependencia de los ingresos derivados de la actividad petrolera, cuya cotización en última instancia se fija en los mercados internacionales donde nuestras autoridades no tienen ningún modo de intervención.
Sin embargo, el problema no sólo es ése, sino que va mucho más allá; la realidad es que nuestra capacidad de producción y, por ende, de exportar excedentes de petróleo es cada vez más limitada, al menos al mediano plazo.
Incluso, hechos catastróficos, como el derramamiento de petróleo en el Golfo de México, cuestionan la capacidad tecnológica actual para la explotación racional y segura de los yacimientos encontrados a gran profundidad.
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