En 2017, Sarah*, una actriz que vive en Londres, fue víctima del delito de robo de identidad.
“Llegué a casa un día y me encontré con una sorpresa en el buzón”, recuerda.
“Había allí dos tarjetas de crédito nuevas que no había pedido y una carta de un banco denegándome otra, que tampoco solicité”.
Tuvo que gastar US$200 en servicios de verificación de crédito para tratar de averiguar dónde se habían originado las peticiones que ella no había hecho.
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