Desde una perspectiva biológica, los humanos son presas y no depredadores.
Ante cualquier evento fuera de lo normal, se activa nuestro instinto de supervivencia y la mente nos hace vulnerables al pensar en el fin: dejar de existir.
Las profecías apocalípticas —sin importar si se trata del Juicio Final, el fin de una cuenta larga o el dramático vaticinio de algún profeta— activan el instinto de supervivencia al ser una situación que nos genera incertidumbre.
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